(El nombre es ficticio, los hechos son reales).
Esta es la historia de Mario, una persona que tenía 73 años cuando sufrió una caída en casa. Nada especialmente grave, pensó. Pero al llegar al hospital, los médicos le dijeron que tenía una fractura en la cadera izquierda, justo donde llevaba una prótesis desde hacía años. Le programaron una operación para sustituir el vástago roto por uno nuevo. Todo parecía estar bajo control.
La intervención transcurrió con normalidad y le dieron el alta pocos días después. Pero en casa empezó a notar algo extraño: fiebre, dolor y la herida supurando. Volvió al hospital, y tras nuevas pruebas lo volvieron a operar. Había una infección.
Lo que Mario no sabía entonces es que esa infección no era cualquier cosa. Se trataba de una bacteria hospitalaria resistente a los antibióticos. Y que, desde ese momento, comenzaba un calvario que se alargaría durante meses: ingresos, pruebas, dolores, más visitas a urgencias… y ninguna solución clara.
Lo más frustrante fue que, durante todo ese tiempo, nadie parecía asumir responsabilidades. Cada informe era ambiguo. Cada diagnóstico, provisional. Hasta que, por desesperación, acudió a una clínica privada. Allí, en solo dos meses, hicieron lo que el sistema público no había logrado en ocho: eliminar la infección y ponerle una nueva prótesis.
Mario se preguntaba: ¿Esto es mala suerte? ¿O es que algo no se hizo bien?
No tenía respuestas, pero sí una convicción: no podía dejarlo pasar. Decidió confiar en la Justicia y reclamar pidiendo una indemnización por daños. Quería saber si alguien iba a hacerse responsable. Y sobre todo, quería evitar que a otras personas les ocurriera lo mismo.
¿Que dijo la Justicia? ¿Le dieron la razón o se la quitaron? ¿Había vulnerado el SERGAS los derechos de Mario? ¿Qué cantidad reclamó?
En siguientes artículos te lo contamos. Si te interesa el caso, estate atento/a.
Batlle & Seoane. Cuando el Derecho sirve para reparar.